jueves, 9 de noviembre de 2017

Diagnóstico y Cambio son el nombre del Futuro




Por Pier Donpieron*

A pesar de que el kirchnerismo dejó el gobierno nacional hace casi 2 años, su derrota permanece presente en el imaginario colectivo, conservando a pesar del paso del tiempo cierto aire de frescura, hasta de novedad para la mayoría de la población.  Esta sensación, que no llega al nivel de una idea, (que antecede y de hecho influye en la generación de otras ideas) es uno de los principales éxito de la alianza gobernante: El kirchnerismo actúa el deseo del otro, su oponente. Se ha vuelto un fenómeno paradojal: derrotado pero amenazante, muerto pero vivo, sin capacidad real de ganar elecciones, pero con un caudal de votos suficiente para hegemonizar el campo opositor, o al menos ser su figura más relevante, y también, de atomizar el campo opositor. 
Esta funcionalidad del kirchnerismo a la coyuntura actual, no es otra cosa que su verdadera derrota, e incluye en su interior aquéllas que se hicieron síntoma visible cada domingo que se celebró elecciones en 2013, 2015 y 2017.  Mucho se especula sobre cómo el electorado cada vez es más dinámico y errático en sus elecciones, como si (exagerando) la elección sólo fuera una foto del estado de ánimo de un día o una semana, y no una tendencia que se elabora día a día, todos los días, hasta que el acto eleccionario se traduce en porcentuales.
Este enfoque, que privilegia la idea de que se perdieron tres elecciones, representa uno de los grandes obstáculos a deconstruir si el campo nacional y popular desea alterar sus condiciones actuales de existencia. Formular las derrotas electorales como hechos aislados impide ver un proceso constante de distanciamiento de la fuerza política con su electorado potencial, el cual, como espejo de esta actitud, representa esta distancia mermando cada día un poco más su apoyo.
Este enfoque, que en su insistencia eterniza la derrota, tiene una zona de confort, una derivada positiva a la lamentable coyuntura que impone, un goce: si se pierde sólo cuando se abren las urnas, cuando es visible y objetiva, el resto del tiempo la idea de derrota (dado que no tiene sustento material, numérico) puede ser sometida a discusión y debate, al punto de, en la fiebre de la intangibilidad discursiva, negarla o transformarla en victoria. Si la idea de debate puede ser sometida a polémica, quien tiene el poder de generar las condiciones de ese debate (la dirigencia que adscribe a este enfoque) pone condiciones para dirimir esta polémica que hacen que sólo se escuche una voz, la voz que representa esta visión. Cualquier semitono que intente disonar rompe la melodía del flautista que camina hacia el abismo. La represión y el silencio, el ahogamiento del debate, se hace con las mismas excusas que construyeron este plan quinquenal de errores (2012 – 2017), con acusaciones de las más variadas: Son inorgánicos, libres pensadores, traidores, especuladores, esbirros de Magnetto, pequebues, troskos, pejotistas, lo que sea con tal de que la pureza de ese clarinete no sea interferido.  Si se profundizó y profundiza esa distancia de los dirigentes con sus bases, es difícil esperar milagros de un electorado que desde siempre cuenta con amplias porciones menos ideologizadas.
La última campaña tiene buenos ejemplos para sustentar esta visión: alegremente Cristina y toda su fuerza política basó el contenido de su campaña en dos ideas:
1.   La “estafa electoral” ocurrida en la elección presidencial de 2015 (mintieron prometiendo cosas que después no hicieron), refutada por el resultado electoral reciente, en el que no solo los “estafados” siguieron apostando por el gobierno, sino que lograron por lejos supremacía sobre aquella fuerza que “no estafa”.

2.        La otra, es la apelación a ser la voz de los lastimados por el “ajuste”. A pesar de los esfuerzos de contener discursivamente a la clase media, esa apelación colocó a Unidad Ciudadana como el nucleador de la fuerza de los pobres, en un país donde el 80% se siente “clase media”.  Una exagerada (y mala) lectura materialista, que no atiende las tensiones presentes entre “clase de pertenencia” y “clase de referencia”.  Ese sesgo, que, minimiza y denosta las aspiraciones y subjetividades que la materialidad produce en el sistema capitalista, hace que el mensaje sea para un nicho demasiado específico si es que realmente se tiene vocación de mayorías.

Este magro diagnóstico, errado que a la luz de los resultados de las legislativas de 2017, no sólo no ha permitido
ampliar la base de sustentación de este proyecto, sino que muestra, casi impúdicamente, los kilómetros de distanciamiento de los dirigentes respecto al humor social actual, luego de más de 5 años de divorcio con la realidad. Este plan quinquenal de errores incluye casi como acto fundante el eterno retorno sobre sí mismo, como si la batalla en la vida pública hubiera sido ganada de una vez y para siempre con el 54% obtenido en 2011, y todo lo que quedara por delante es ganar la “disputa interna”.

Así las cosas, es difícil pensar en la autocrítica como un goce onanista intelectual y se nos presenta a las claras
como el motor de nuestra historia futura. No hubo estafa electoral, porque Cambiemos cumplió su principal promesa: sacar al kirchnerismo del gobierno y eso, por todo lo dicho antes, sigue pagando electoralmente.  No hay que parar el ajuste, porque gran parte de la sociedad no responsabiliza al gobierno de ser el causante del mismo.
Pues bien, pero qué es la autocrítica: la visión fantasmal que construyen quienes resisten a ella es una especie de caza de brujas (de dirigentes, de representantes, de alguna parte de la alianza que componía el viejo kirchnerismo) combinada con una mirada crítica de tácticas que a las claras resultaron equivocadas: el manejo de la comunicación, la forma en que atravesamos la restricción cambiaria, el manejo de la estadística oficial, etc. En definitiva, un debate de actores y de acciones, pero no de ideas.
Por el contrario, el debate que urge comenzar, saldar y operativizar, es netamente filosófico y estratégico: se impone actualizar un sueño que incluya a las mayorías, desde una visión que ponga énfasis en el futuro bienestar que traerá la ejecución de este proyecto político, y obviamente el distanciamiento de lo que la sociedad ha juzgado como pasado. Dicho de otro modo: ofrecer un proyecto saneado, sin tolerancia a los discursos que relativicen o minimicen los errores pasados, y una propuesta que genere pertenencia, pregnancia y aspiración. No hace falta agregar que para construirlo, el diagnóstico del estado de los sueños y deseos de la sociedad no puede ser producto de especulaciones en mesas de convencidos, sino que debe partir de un insumo externo, basado en el método científico: la única forma que a hoy encontró la humanidad de conocerse a sí misma. Luego, sobre ese diagnóstico, se monta la visión doctrinaria con la actualización que requiera la coyuntura.
Sin este desarrollo, no hay futuro. Puede estar Cristina, puede retirarse, puede haber unidad de todo el arco opositor, puede haber dispersión, puede ocurrir cualquier cosa, menos volver a ganar una elección.  Votar es soñar, sin sueños no hay votos.
Ahora bien, el desafío es aceptar lo que el diagnóstico arroje y no pelearse con él, sino pensar intervenciones que modifiquen la situación actual. Para ello, la fortaleza doctrinaria es indispensable: como dijo Juan Perón “Anteponer primero los intereses de la Patria; preservar, luego, la unidad y la solidaridad en nuestro Movimiento sacrificando los honores personales”. 


* Después de mucho tiempo tenemos una pluma invitada (en este caso bajo un seudónimo, por decisión de quien escribe). Es una idea que charlé ya hace tiempo con algunos amigos y espero que la experiencia continúe. Me parece que amplía y enriquece el análisis que se puede leer en este blog. FR

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