Tal vez nadie imaginaba que millones de personas iban a celebrar el Bicentenario participando de los festejos que en plena calle se organizaron a través de recitales, desfiles y muestras varias. No está mal que recordemos que hubo quienes desearon impedir que la 9 de julio se destinara a tan horrendo fin.
Habrá sido por eso que se decidió focalizar los festejos de la Ciudad de Buenos Aires en el Teatro Colón (y aprovechar que la Avenida ya había sido cortada por los otros para ofrecer un espectáculo de luces a quienes se acercaran a mirar).
Sin duda a tono con la idea de simplificar al máximo el mensaje apelando a lo más limitado de nuestra capacidad intelectual, alcanzaba con un festejo organizado a tono de campaña para el Jefe de Gobierno, invitando a lo más selecto de la fauna mediática a un evento que se hacía sólo para 2.700 personas. Total, como dice Mauricio Macri, "Si somos capaces de recuperar el Colón, seremos capaces de recuperar a la Argentina" (la frase me recuerda enormemente a alguna apelación a las amas de casa que pueden administrar recursos y a la idea tan bien difundida en el campaña de 2007 de que administrar la Ciudad de Buenos Aires podía compararse con el Club Boca Juniors).
Así como se puede decir que la asignación universal por hijo sirve para que la gente gaste más en droga y juego y que tal como reza la teoría del derrame "no hay método más potente en redistribuir riqueza, que generar riqueza y apostar a los sectores que la generan" (brutal sinceridad la del Senador Sanz), que la fiesta sea organizada para que luego las revistas del corazón hagan notas sobre el curioso smoking de Ricardo Fort o el bicho que dejó su piel en el camino para que los hombros de Susana Giménez no sufrieran tanto frío, me imagino que tanta felicidad tiene su efecto derrame sobre las masas. Yo también debo sentir en el fondo algún orgullo de lo lindo que quedó el Colón. Y si eso atrae al turismo, tal vez hasta me quede también algún mango en el bolsillo.
Seguramente por eso se decidió que lo del Colón debía ser el único festejo. Para qué opacarlo con algún festival por las calles o en los parques de Buenos Aires, que además encarece el ya gigantesco costo de la limpieza de la Ciudad (uno de los pocos rubros en los que se logró duplicar el gasto en poco más de dos años de gestión) y le da de comer a los que ocupan el espacio público y nos dejan a todos con olor a choripán (además del aceite que puede provocar accidentes si cae sobre el asfalto, imperdible el video que acompaña esta nota).
Ni preguntemos a dónde fueron a parar los 15 millones de pesos que el Gobierno de la Ciudad puso en el presupuesto para los eventos del Bicentenario.
Por suerte el Gobierno Nacional le dio un tono distinto a los festejos y no sólo pudimos recrearnos la vista con la iluminación de los edificios públicos (en la foto, Congreso de la Nación) sino que además las actividades se organizaron para que todos podamos estar presentes. Millones de personas lo tomaron así.
Nuestros problemas no están resueltos ni mucho menos. No se acabó ni el hambre ni la inseguridad. Todavía hay demasiada gente que confunde cuestiones políticas con personales y no distingue roles institucionales de las personas que los ocupan. No vivimos en Europa (ojalá en el Viejo Continente no aprendan de la misma forma que nosotros ¿aprendimos? que el desmonte del Estado de Bienestar no resuelve los problemas sino que los empeora) pero tampoco en Somalía:
"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." A. Jauretche.
Yo la verdad la pasé fenómeno. Me quedé con las ganas de más. Ojalá se haga todos los años algo así y que el feriado dure toda la semana. Lo merecemos, che.
No hay comentarios:
Publicar un comentario